080821 Pentecostés 11
2 Samuel 18:5-9, 31-33; Efesios 4:25-5:2, Juan 6:35, 41-51
Bueno, disfruté de mis vacaciones, pero ahora se acabaron. Algo que cambia cuando voy de vacaciones es que dejo de ser tan adicto a las noticias. A pesar de que no dejo de seguirlas por completo, cuando estoy de vacaciones consumo menos de lo habitual. Pero me puse al día rápidamente al regresar, y, después de estar fuera del país, me impactó más la división entre la izquierda y la derecha que existe en el país y en las noticias. Me doy cuenta de que ambas bandas tienden a simplificar demasiado los eventos y temas que cubren, creando opiniones fuertes y opuestos en sus lectores y oidores. A veces justifican su simplificación excesiva diciendo que la verdad es demasiado compleja para la captar la atención del público. Es cierto: la verdad es compleja. Pero la verdad solo nos puede liberar si enfrentamos la complejidad.
Es lo que hizo David con la muerte de su hijo, Absalón: el rey David lloró por la muerte de su hijo, que se había convertido en su enemigo político. También lo hizo Jesús cuando le cuestionaron por haber dicho que era el pan de vida: ¿Cómo podrías ser el pan de vida cuando conocemos a tu mamá y a tu papá? Tal vez David y Jesús pueden ayudarnos con las complejidades de amar a los que se niegan a vacunarse; o reconciliarnos con los insurrectos que se consideran patriotas por atacar el Capitolio; o reconocer que, aunque nuestros líderes políticos han fracasado y han sido hipócritas en sus intentos de resolver la falta de vivienda, el problema es complejo y sus esfuerzos han sido sinceros. No se van a resolver los problemas asolando nuestra sociedad si no tenemos algo de la mentalidad de lealtad y amor de David a aquellos que no están de acuerdo con nosotros y de veras nos hacen daño, y de Jesús al aferrarse a la verdad mientras se le cuestionaban seriamente. No se trata de dejar de cometer errores. David no resolvió todo a la vez. Siguió cometiendo errores, aun cuando los confesaba. Enfrentar la complejidad no elimina los errores, pero nos permite avanzar.
Una cosa que seguía llevando a David a cometer errores era la culpa excesiva. Todos nos enfrentamos a experiencias de decisiones ambiguas y aparentemente imposibles. Muchas veces el sentido de culpa viene de encontrar una relación de causa y efecto entre lo que hemos hecho y lo que resulta sucediendo aun cuando no existe. Eso nos lleva a pensar culpa: debería haber sido más sabio al establecer límites en torno a las opciones de mis hijos; debería haberme involucrado más en el problema de la falta de vivienda antes de criticar a los políticos; debería haber trabajado más duro y así no me hubieran despedido de mi trabajo. Lo complejo es que muchas veces tenemos razón al pensar así.
Según 2 Samuel, David no estaba completamente equivocado acerca de su culpa. El texto conecta el pecado de haber violado a Betsabé y conspirar para que su esposo fuese asesinado en el campo de batalla, con los eventos que condujeron a la muerte de sus dos hijos: Amnón y Absalón. La historia sugiere una conexión entre el pecado de David y el sufrimiento posterior de su familia extendida. Así que, hay que encontrar un equilibrio al abordar la culpa. Algo de eso es cierto, y necesita ser confesado y corregido. Pero a veces nos hundimos demasiado en la culpa, y eso empeora las cosas. Lo sé, porque lo he hecho. Eso también es complicado.
Nuestros sentimientos de culpa – legítimos o no – pueden llevarnos a actuar en maneras que aumentan el sufrimiento que resulta de nuestros errores. Por ejemplo, a veces los padres están tan atormentados por la culpa que reaccionan en exceso cuando piensan que sus hijos han cometido errores. La historia de David ilustra la dinámica y la conexión entre los actos pecaminosos y sus consecuencias. Pero la complejidad de la vida es más grande que la culpa. Cuando reducimos todo a una cuestión de culpa, ignoramos la dimensión trágica de la vida. Eso es peligroso. No es lo que hizo David. Él reconoció su culpa, se comprometió con su dolor, y continuó liderando al pueblo, con todo y errores.
Luego llegamos al Evangelio. El hecho de que el leccionario dedique cinco domingos a la reflexión en el Evangelio de Juan sobre la alimentación de los 5000 y la afirmación de Jesús de ser el pan de vida expone la complejidad de esa realidad. Cada sección del capítulo introduce una parte de la complejidad. Quiero abordar dos elementos en el pasaje de hoy.
El primero es lo que yo llamo el escándalo de lo particular. Los líderes religiosos respondieron a Jesús: ¿Cómo piensas convencernos que eres el pan de vida cuando conocemos a tu mamá y a tu papá? Suena más al filósofo Platón que a Moisés. Para Platón, la realidad debe encontrarse en las ideas de cosas permanentes, no en las cosas mismas, que están sujetas a cambios y decadencias. Es una trampa en la que caen muchas personas religiosas; quieren que la religión se quede en la iglesia. El argumento es algo así: está bien hablar en la iglesia sobre el pan de vida, la cruz, amar a tus enemigos o, como propone el pasaje de los efesios hoy, decir la verdad a nuestros vecinos, estar enojados sin pecar, asegurarse de que la gente tenga suficientes ingresos para poder compartir con los necesitados. Pero no traten de hacer esas cosas fuera de la iglesia. No es realista practicarlas en el mundo real.
En nuestro tiempo, el escándalo de lo particular ha excluido a las mujeres de trabajar en la construcción, acusándolas de robarles empleo a los hombres; ha excluido a los negros de sentarse en la misma mesa, o usar el mismo baño que los blancos porque la “ley” decía que no tenían derecho a esas cosas; ha excluido a los jóvenes inmigrantes de la legalidad porque sus padres los cargaron sobre la frontera cuando eran bebés; y ha excluido a las personas discapacitadas de todo tipo de empleo porque “obviamente” no podían hacer el trabajo. En otras palabras, Tú no puedes ser el pan de la vida porque conocemos a tu mamá y a tu papá. También nos hacemos esto a nosotros mismos cuando nos decimos: ¿quién crees que eres creyendo que podrías contribuir algo significante al mundo?
Otra distorsión de la enseñanza de Jesús surge de las palabras, el pan que daré es mi carne. Esa frase me hace pensar en lo que he leído en este año sobre cómo las personas negras sienten la opresión de la supremacía blanca en sus cuerpos – su carne. Un autor (Michael Dyson) escribió: Nuestros cuerpos llevan memoria… sentimos la historia en nuestros huesos… en los hoyos de nuestros estómagos… dentro de nuestra psique… en nuestras arterias. Otro (Ta Nahesi Coates) habló de que los cuerpos negros construyeron este país para el beneficio de los blancos. ¿Podríamos decir que los negros han dado el pan de la vida a este país, al dar sus cuerpos como esclavos, como víctimas de la brutalidad policial, como grupo discriminado, como objetos sexuales? Los negros saben que la respuesta es sí. Los blancos tenemos el lujo de debatir esa compleja verdad.
Sí, la vida es compleja. Y cuando tratamos de eliminar la complejidad, resulta en lastimar a alguien, a veces a nosotros mismos. Es difícil seguir enfrentándolo. Es por eso que las bandas en los debates políticos se están endureciendo: es más fácil simplificar los asuntos que enfrentar su complejidad. Pero la historia bíblica entra en la angustia de un padre, cuyo hijo se ha convertido en su enemigo, y la crítica de alguien que se atreve a llamarse a sí mismo el pan de vida en un cuerpo en particular, y un tiempo y lugar en particular. ¿Cómo vamos a enfrentar la complejidad de nuestras vidas y de este mundo para que seamos agentes de reconciliación, en lugar de ser chispas de conflicto? ¿Cómo seremos el pan de vida en nuestros cuerpos, tiempos y lugares? Qué nos atrevamos a buscar y encontrar las respuestas a esas preguntas.
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