020622 Epifanía 5 Santidad Asombrosa

Isaías 6:1-8; I Cor. 15:1-11; Lucas 5:1-11

     Créanme o no de verdad estoy feliz de estar de vuelta para ver a todos ustedes. Tengo ganas de que ya pronto regresemos a nuestra iglesia para estos servicios. Pero esta mañana quiero reflexionar sobre

unos textos que ofrecen una perspectiva importante sobre cómo responder a lo que está pasando en nuestras vidas, en nuestra iglesia, y en nuestro mundo.     

     La experiencia que tuvo Isaías en el templo sucedió en medio de todo lo que estaba pasando en su país. El rey Ozías había reinado por 52 años cuando murió al principio de la carrera de Isaías. No fue tanto tiempo como los 70 años de la reina Isabel en Inglaterra, pero casi. Un periodo tan largo de tranquilidad tiende hacer que la gente se ponga nerviosa sobre el cambio. Las cosas no habían cambiado por tanto tiempo que el cambio a un nuevo rey les asustó. Los que traficaban en el miedo podían manipular a la gente fácilmente. Así que Dios le dijo a Isaías a confrontar el miedo de los líderes y del pueblo de Judá, enviándole a advertir a los líderes de Israel en contra de reinar en base del miedo. Su primera misión fue ayer a decirle al rey de Judá, quien estaba atemorizado enfrente de una nueva alianza entre Siria e Israel, a no tener miedo.

    ¿Qué pasó en Isaías que le dio valor para confrontar la política del miedo? Lo que le pasó fue que tuvo un encuentro con la majestad del Dios Santo que hizo surgir en lo profundo de su ser un sentido de su propia indignidad. Inmediatamente después recibió el perdón de sus pecados por medio de la braza de fuego, y la palabra que confirmó que se había quitado su pecado. Entonces, cuando Dios preguntó, ¿quién irá por nosotros?, Isaías estaba listo para decir, Heme aquí; envíame a mí. El encuentro con el Santo Dios evocó tanto la voluntad como la valentía a ser enviado.

    Pedro experimentó algo similar dentro de sí cuando Jesús les dijo a él y a los otros pescadores que echaran sus redes en la parte onda del lago después de no pescar nada en toda la noche. Pedro no quiso enfrentar su pecado. Quería seguir siendo el hombre hecho por sí solo como se veía. Confesar que, soy un hombre pecador, no le detuvo a Jesús de llamarlo a ser un pescador de gente.

    En la misma trayectoria, Pablo les dijo a los Corintios que el Cristo resucitado había parecido a Pedro, Santiago, y Pablo – tres líderes de la nueva fe cuyos reputaciones conocían – como para demostrar que fue el encuentro con el Cristo resucitado que había transformado a esas personas en personas poderosas y pescadores de gente para Dios. El Cristo resucitado también apareció a 500 personas al mismo tiempo.

    Es importante notar que no había nada especial sobre las circunstancias en que estos encuentros sucedieron. Isaías había estado en el templo antes. Pedro pasó la mayor parte de su vida en barcos, y ya había pasado tiempo con Jesús. La gente a quien apareció el Cristo resucitado todos habían visto Jesús antes. No sabemos lo que fue diferente esta vez. Lo único que sabemos es que no tenía nada que ver con la gente misma, y todo que ver con Dios.

    También sabemos que el encuentro tuvo un impacto diferente que lo que por lo general se ha definido como conocer, hacer, y sentir, en la filosofía, la ética como y la estética. Isaías y Pedro respondieron con la voluntad inmediata de hacer cualquier cosa a que fueron llamados. Encuentros con el Dios Santo son así: inmediatos, sin dejar lugar para reflexionar antes de responder al llamado, o contar el costo o considerar otras opciones. Contar los costos y considerar las opciones llegan en su tiempo, pero el llamado y la respuesta vienen antes, no como un resultado, de esos. Eso es lo que les pasó a Isaías y a Pedro.

    En mis años en el ministerio en la iglesia, yo he observado que los que han tenido un encuentro con el Santo Dios son más motivados a servir que los que a lo mejor hayan asistido a la iglesia por más tiempo, pero nunca tuvieron tal encuentro. No hay que pedir a esas personas que hagan algo. Ellas ven lo que se necesita, y aún se imaginan lo que se puede hacer, y empiezan a hacerlo, a veces ni pidiendo permiso. Eso es congruente con el testimonio bíblico que Dios no tiene voluntarios; sólo personas llamadas.

     También es importante reconocer que las personas que han tenido ese encuentro profundo no llegan a ser personas perfectas. No necesitamos ver más allá que Pedro para saber eso. Tener un encuentro con el Dios Santo no quita de la gente su hipocresía, su irritación, y su inconstancia. Hasta pueden ser deshonestas, infieles, y chismosas. No es que esas cosas dejen de molestarnos. Es solo que no son determinantes. Francamente, parte de lo que me atrajo a la iglesia episcopal es su comprensión de que la santidad es más profunda y más amplia que cualquier moralidad puede ser. Tanto de lo que se considera Santo termina siendo una manipulación moralista o una lloradera derrotista. La santidad ni juzga ni excluye. Más bien libera y abraza.

   El mundo desesperadamente necesita gente que ha sido transformada por ese tipo de encuentro con el Santo Dios. Quizá la malicia más seria en nuestro mundo es que se están estableciendo más y más grupos que se definen como “nosotros” contra “ellos”. Ni saben cómo el otro piensa: inmigrante y ciudadano, rico y pobre, republicano y demócrata. La lista es interminable. Quizá la instrucción críptica que Isaías recibió para su misión nos puede ayudar en la nuestra: Por más que escuchen, no entenderán; por más que miren, no comprenderán.” Entorpece la mente de este pueblo; tápales los oídos y cúbreles los ojos para que no puedan ver ni oír, ni puedan entender, para que no se vuelvan a mí y yo no los sane.»

    ¿Por qué Dios y Jesús quisieran que no entendieran, taparles los oídos y cubrirles los ojos? Un teólogo dice que las culturas que se caracterizan por grupos de “nosotros” contra “ellos” dicen a la gente cómo debe pensar, y deciden lo que puede ver, oír, y comprender. Él cree que Jesús enseñó en parábolas porque entendió que no podemos sanar esa forma de organizarnos directamente sin caer en el mismo problema. Dice, “nosotros” somos los que estamos tratando de revelar y deshacer los grupos organizados por “nosotros” contra “ellos”, y “ellos” son los que resisten a “nosotros” al persistir en esa forma de organizarse. Un ataque frontal contra esos grupos resultaría en que “nosotros” caigamos en otra forma de lo mismo. El lenguaje de las parábolas voltea lo normal al revés.

    Si entendieran ese párrafo complicado, reconocerán que sólo los que han confrontado su propio pecado por medio de un encuentro con el Santo Dios podrán resistir la tentación de confrontar esa forma de organizarse directamente y así llegar a ser iguales a los que están tratando de cambiar. Por supuesto, la única manera de evitar eso es a arriesgar ser una víctima de la violencia de los demás al decidir ser no violento. ¿Y eso es lo que tememos, verdad? Los insurrectos del 6 de enero ya están armados y listos para pelear. ¿Cómo vamos a responder? Jesús decidió sufrir un ataque directo violento contra sí mismo. Y nos llama a seguir el mismo camino. ¡Ay caramba!

    Isaías sabía eso también, por lo que preguntó, ¿Hasta cuándo, Señor? Y la respuesta que recibió fue: Hasta que las ciudades queden destruidas y sin ningún habitante; hasta que las casas queden sin gente, y los campos desiertos, y el Señor haga salir desterrada a la gente, y el país quede completamente vacío. Y si aún queda una décima parte del pueblo, también será destruida, como cuando se corta un roble o una encina y sólo queda el tronco.» Pero de ese tronco saldrá un retoño sagrado.

    Hermanas y hermanos, la Buena Nueva es que lo que es imposible para nosotros es algo que Dios hace por nosotros. Al otro lado de las ciudades destruidas y los campos desiertos hay una abundancia que ni podemos imaginar. Lucas nos dice que el asombro cautivó a Pedro cuando vio la abundancia de la pesca. Si pasamos tiempo en lugares donde la santidad puede sorprendernos cuando irrumpe, seremos transformados en maneras que ni podemos imaginar antes de que suceda, y seremos agentes de transformación en el mundo. Jesús nos mirará a los ojos, dirá nuestro nombre, y nosotros dejaremos nuestras barcas en la arena, y buscaremos otros mares.