082221 Pentecostés 13

El sermón empieza en el minuto 14:55  del video

Una Teología y Espiritualidad de Transformación

        Hoy no pude dar un sermón normal sobre los textos asignados. Mis reflexiones esta semana me han llevado por el lado de la caída de Afganistán a los talibanes. Estos días han sido llenos de dolor, ira, preocupación, shock, pánico, muerte e inspiración. Las imágenes que salen de Afganistán son devastadoras. Aun con el terremoto en Haití y los problemas del racismo que siguen, hemos enfocado casi exclusivamente en Afganistán y el COVID. Es un tiempo para lamentar muchas pérdidas, y recordar las palabras de Jesús – bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Debemos dejar entrar la tristeza; sentir la solidaridad con el pueblo afgano, especialmente las mujeres, los artistas, los niños y las minorías atacadas por los talibanes; sentir el dolor de volver a perder a seres queridos al COVID; enfrentar a la angustia de otro terremoto devastador en Haití; sentir el dolor del racismo; y encontrar la gracia para las pérdidas que enfrentan nuestros amigos, familiares y nosotros mismos. No nos debemos dejar atrás este dolor demasiado rápido.

     Pero tampoco podemos dejar de preguntarnos por qué está sucediendo y qué hacer ahora. Hay analistas por todos lados expresando sus opiniones. Se nos está dando gracia para llorar y reflexionar. Puede ser un momento de transformación para el mundo si lo afrontamos con valentía y humildad. Nos surgen muchas preguntas. ¿Por qué el ejército afgano, entrenado a un costo tan grande por estados unidos, se rindió tan rápidamente a los talibanes? ¿Por qué los negros todavía no confían en los blancos en Estados Unidos? ¿Por qué nunca hemos sido capaces de sanar la herida en los nativos americanos? ¿Cuál es la mejor manera de ayudar a Haití después de tanta devastación? Y, más cerca de casa, ¿Por qué la gente sigue juzgando y chismoseando acerca de amigos y compañeros miembros de la iglesia cuando hacen algo que los ofende?

      En medio de las noticias sobre la rápida caída de Afganistán a los talibanes sin una lucha, mi mente volvió a lo que aprendí en mi primer año viviendo en México hace 35 años. Esas lecciones me regresaron con tanta fuerza esta semana que necesito compartirlas para recordarme a mí mismo y para invitar a otros a ver el mundo con los ojos de la transformación. Tienen un impacto al nivel mundial y al nivel personal.

       Ese año, asistí a dos cursos que me prepararon para trabajar en comunidades marginales en México. Un taller enseñó métodos participativos para educar a adultos. El segundo trataba sobre una teología de la transformación. Los maestros del primero habían aprendido su materia en la India, y estaban enseñando el taller en pueblos rurales y centros urbanos alrededor del mundo. La enseñanza central fue que la gente es experta en su propia realidad. Puede ser que muchos no saben leer o escribir. Aun así, saben más sobre cómo vivir en su realidad que los expertos externos, aunque pueden aprender mucho de esos expertos si el aprendizaje es mutuo y respetuoso. Nos enseñaron cómo miembros de las comunidades pueden participar en analizar sus propios pueblos usando imágenes e historias. Cada persona es experta en su vida también – algo que debemos recordar cuando queremos criticar a otros.

       El taller sobre la teología de la transformación enseñó que cada persona, y cada cultura, tiene dones de Dios que ayudan a otras personas y culturas si esas están abiertas a recibirlos. Aplicar esa teología a los que van a ayudar a otros de afuera – sean soldados, trabajadores comunitarios, o vecinos – demuestra la necesidad de distinguir entre dos acercamientos. El primero se ha llamado desarrollo. Es unidireccional – los que vienen de afuera “ayudan” a la comunidad a mejorar sus vidas, según sus propios criterios. El segundo se llama transformación. Es mutua – los de afuera trabajan juntos con la comunidad para crear el futuro que la comunidad busca para sí misma. Los de afuera reciben conocimiento inesperado sobre la vida de la comunidad, y la comunidad recibe conocimiento útil sobre el mundo más grande de ellos. Ambos reciben y dan los dones que Dios ha dado a cada uno.

       Tuve el privilegio de aplicar esas lecciones al trabajo de transformación en una comunidad en México. Cuando llegué a la comunidad, pensé que las mayores necesidades eran calles pavimentadas y agua potable. Me sorprendió que las prioridades de la comunidad fueran un programa de tareas después de la escuela y clases de nutrición. Más tarde, comencé un estudio bíblico con mujeres que apenas sabían leer. Ellas me enseñaron cosas que nunca había aprendido en el seminario. Eso transformó mi forma de ver el mundo.

       ¿Se pueden imaginar lo diferente que sería ahora si Estados Unidos hubiera entrado en Afganistán con esas perspectivas? Si hubiéramos entendido que los afganos sabían cosas sobre el mundo que podrían ser provechosos para nosotros. En vez de pensar así, el Presidente Bush dijo, el pueblo oprimido de Afganistán conocerá la generosidad de Estados Unidos y de nuestros aliados… este gran país nuestro tiene la obligación de ayudar a la gente a darse cuenta de las bendiciones de la libertad … La democracia no ha estado arraigada profundamente en la historia afgana. Se necesita ayuda para que la gente entienda las obligaciones de responder al pueblo.

       Esos pensamientos son nobles, pero revelan una falta de comprensión de la transformación mutua. Vemos las consecuencias hoy. No creíamos tener nada que aprender o recibir de ellos; solo enseñar y dar. Había cosas que los afganos valoraban que iban en contra de los valores estadounidenses. Podríamos haber aprendido cosas que no sabíamos que nos podrían haber ayudado. No quiero simplificar demasiado. No todo es falta de comprensión. Pero a medida que Estados Unidos hace intervenciones futuras, y al pensar en nuestras vidas, debemos aprender que los que tratamos de ayudar tienen algo para enseñar y darnos también.

       La teología de la transformación cree que Dios está transformando este mundo y nosotros. No sólo nos está preparando para el cielo. La Biblia promete un nuevo cielo y una nueva tierra, ora que el reino de Dios venga a la tierra como en el cielo, y nos llama una nueva creación ahora, no sólo después de morir. A pesar de ser tan obvio en las Escrituras, no es lo que la mayoría de los cristianos creen. Para los que piensan que la religión se trata de entrar en el cielo, la misión del cristianismo es persuadir a otros a creer en Cristo, y ayudarles a tener algunos beneficios materiales que tenemos. Eso fue cierto en el siglo 16 cuando España y Portugal vinieron a “evangelizar” a los indios y reclamar la tierra para la corona. Fue cierto para los misioneros estadounidenses que fueron a salvar a los paganos y expandir la cultura y la democracia al estilo estadounidense. Es cierto para aquellos que quieren restaurar la supremacía blanca. Y es cierto para nosotros cuando criticamos a otras personas. Eso fue cierto en el siglo 16 cuando España y Portugal vinieron a “evangelizar” a los indios y reclamar la tierra para la corona. Fue cierto para los misioneros de los Estados Unidos que fueron a salvar a los paganos y expandir la democracia y la cultura a su estilo de vida. Y sigue siendo cierto para aquellos que quieren restaurar la supremacía blanca, y para nosotros cuando criticar a otros y escuchar chismes nos hace sentir mejor.

   Cuando miramos al mundo con ojos de transformación, lo vemos como una fuente de dones y un terreno donde los dones pueden ser compartidos. No vemos que nuestros amigos amenacen nuestro bienestar o necesiten nuestros recursos. Mas bien, entramos en relaciones que se transforman mutuamente, y admitimos que hay mucho que no sabemos el uno del otro, y mucho que aprender y recibir el uno del otro. No vamos a chismear sobre los demás porque nos sentimos amenazados o celosos de lo que tienen. No nos resistiremos a enseñar a nuestros hijos la verdad del violento origen o la historia racista de nuestra nación porque tememos que pierdan su patriotismo. No enviaremos a nuestros militares a otros países para rescatar unilateralmente al pueblo de sus enemigos sin estar abiertos a la complejidad de la situación dentro de su cultura. Y no solo sentiremos lástima por una nación como Haití. Veremos tanto sus recursos como sus necesidades, y responderemos de una manera que tome ambos en cuenta.

      Hemos explorado una teología de la transformación. Debemos desarrollar también una espiritualidad de transformación para convertirnos en personas que se comporten de manera transformacional. Se necesita práctica, resistencia y valentía para ser la única voz que habla de la justicia. Si comenzamos con nuestras relaciones personales, sembraremos semillas que comenzarán a impactar contextos más grandes. Qué así sea.